A veces pienso que crear objetos imposibles determina que éstos no sean útiles o sólo lo sean en parte. La parte de creación y construcción sí, porque implica aprendizaje y éso es útil. Aunque una vez terminado es un objeto yerto, sin vida. Bonito o feo, pero ahí está, nadie lo coge, juega con él, lo maneja, lo utiliza. Su forma imposible y su inutilidad lo hacen inerte, estático, como si él también estuviera sorprendido de su naturaleza.
Por eso, sólo se mira, se analiza y se comenta. Se mira con curiosidad, se le dan dos vueltas, se piensa en quién lo ha hecho, ¡¡que tonterías hace la gente!! Sonríes displicente y convencido de tu superioridad, (¡claro, uno sólo hace cosas posibles!). Miras a tu acompañante y a otros cómplices posibilistas y, entonces, con un guiño pícaro, tocáis tímidamente el objeto, como si mordiera, como si quemara, sólo con el interés de saber si es real. Al sentir al tacto su textura, se hace más cierto, pues ya son dos los sentidos que atestiguan su existencia. Por tanto, aunque sea imposible, deduces que es inútil y es real. Ya estamos en posesión de algunas de nuestras verdades. Ahora, puede ser rugoso, suave, áspero, puede estar caliente, templado o frío, pero ya creemos saber que es inútil, es real, es imposible, es inaudito… ¿A lo mejor es arte? O, ¿una tomadura de pelo hecha con arte?
Podíamos seguir pensando qué es o qué no es arte….¡¡¡pero menudo lío!!!. Bueno, es que pensar sobre lo imposible, lleva, a veces, a lugares insospechados… o sospechados; como si fueras hacia la oscura cueva de la locura o a otros lugares inestables, precarios, desconocidos. Lugares donde, a veces, cuando entras con el pensamiento, miras a tu alrededor para asegurarte que sólo estás pensando. También lleva a lugares comunes, a ideas preconcebidas, al cuarto de los prejuicios o a lugares o espacios donde vamos pocas veces porque no sabemos ir. Y, cuando llegamos, a lo mejor nos encontramos otras cosas, porque pensar sobre objetos imposibles ayuda, aunque cada uno sabrá para qué.